viernes, 7 de marzo de 2008

Recordando a Kunta

(Chuma)





Les presento a Kunta Quinte, así bautizado por el jefe de esta tribu en honor al protagonista de una antigua serie de televisión. Según el patriarca todo Chile se conmocionó con el programa, tanto así que hasta nuestro Tata Alberto la siguió. El de la serie, como pudimos comprobar más tarde a través de Youtube, era un esclavo negro bastante esbelto que era explotado por su dueño. Nuestro amigo, en cambio, era un pescador no muy esbelto y bastante libre, pero era negro y amistoso por lo cual se ganó el apodo.

¿Cómo llegamos a conocer a Kunta? Bueno, vamos desde un principio. El día en que embarcamos "home" tuvimos que trasladarnos desde Ciudad de Panamá, costa pacífica, hasta el puerto Colón, costa atlántica. Una vez hecho el embarque nos quedamos sin la máquina, pero no a pié. Habíamos arrendado un Jeep Toyota exquisito, gracias a la ayuda de Pablo Berstein. Nuestro plan era volver en él a Ciudad de Panamá y alojar en un hotel, para al día siguiente tomar el avión hacia Colombia. Pero las renombradas playas caribeñas nos tentaron y decidimos ir en busca de una. Así es como llegamos a la playa de Kunta, guiados por un ex soldado de guerra ebrio que nos hizo seguirlo. Nos llevó a una playa preciosa, frente a la turística "isla grande", donde la señora de Kunta manejaba una hostería. Todo el barrio se conocía. La mamá de Kunta hacía cebiche, el hermano de Kunta "arreglaba" una moto de agua (metiéndole agua salada a los cilindros), el sobrino de Kunta jugaba mientras contemplaba a Kunta y en fin... toda la Familia vivía alrededor en casas pintadas de colores, todo lo cual le permitía a uno hacerse una clara idea de la buena vida que llevaban. Una pobreza que no parecía pobreza. Especialmente para los niños, que todos los días se la pasaban jugando entre primos, casi siempre en el agua.
Lo más grandioso del lugar fue que estaba frente a un arrecife de corales y que Kunta era buzo. Cuando lo conocimos venía saliendo del agua, en la noche, bien sonriente porque acababa de arponear un langostino. Hicimos planes con Alberto para, al otro día, levantarnos temprano a bucear. Así fue, con los primeros rayos fuimos a despertar a la señora de Kunta para que nos prestara equipos y nos lanzamos al buceo, ¡cuál sin entender menos del asunto! Entre emocionados y medio cagados de susto nos hundimos y descubrimos lo bien que se veía y lo fácil que era respirar por el tubito. El problema era que de susto pasamos a asco, porque en vez de corales había cientos de papeles, plásticos y latas de cerveza. Pero un par de waletazos y el paraíso. Miles de peces de mil colores, al alcance de la mano. Pasamos una hora nadando por las grietas embobados y fuimos a contarle a los otros. Jaime también se entusiasmó y al final hasta el patriarca se metió, a pesar de que no le atraía mucho el asunto.


Pasamos el día buceando y comiendo hasta que miramos el reloj y volvimos a la realidad. Teníamos que tomar el avión a Colombia en un par de horas más y todavía teníamos que salir del rincón donde estábamos y cruzar el país para llegar al aeropuerto. Gracias a las increíbles prestaciones del Toyota, que era como un triciclo después de manejar "home" por tanto tiempo, lo logramos. Cinco minutos antes de que partiera el avión, tiempo suficiente para conocer a Kunta Quinte a través de Youtube.

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